El carro tirado por un caballo percherón de paso lento recorre las calles de tierra mientras quien lo guía anuncia por un parlante conectado a una batería de auto que hay «sandía calada y colorada». Pero una vecina le sale al cruce, conversa brevemente con el hombre y deposita unos billetes en su mano. En segundos, el parlante anuncia una marcha hacia la Municipalidad de Lanús para dentro de dos días y sigue su recorrida por el barrio. El «Lanusazo» ya estaba en marcha.
Ese caliente noviembre de 1982 encontraba al Gran Buenos Aires en pie de enojo y protestas que fueron de menor a mayor. Una economía desquiciada reinaba en un país endeudado y aislado tras la derrota militar en Malvinas que dejaba expuestos a los dictadores en toda su barbarie e incapacidad. Era cuestión de volver a organizarse como en otras etapas de la historia y plantar bandera en las calles.
Eso mismo sintió Ofelia País, vecina de Villa Diamante y por entonces militante del Partido Comunista, cuando le pidió al vendedor de sandías que leyera varias veces ese llamado a movilizarse en un reclamo que juntaba muchas broncas, pero en especial una que venía creciendo en el sur del conurbano: no pagarle los impuestos cada vez más onerosos a una dictadura a la que había que darle los últimos empujones.
«La guerra de los impuestos», decían algunos diarios que se animaban a informar sobre la protesta creciente. Ofelia había escuchado en la radio que un grupo de mujeres en Morón se había organizado para salir con sus bolsas a la calle los jueves y no comprar nada. «Pero pueden comprar los miércoles o los viernes», le dijo a su marido, Jorge Batallán, y entonces comenzó a organizar reuniones con otras vecinas.
«No paguemos estos impuestos, no nos dan nada a cambio, nos cobran alumbrado y barrido en calles de tierra en donde tenemos que poner nosotros las luces y el asfalto no existe», dijo como primera propuesta y un aplauso se coló entre el mate y las galletitas de la tarde. Ya eran veinte.
Y enseguida la cosa empezó a tomar el ritmo de los viejos engranajes que -la historia así lo afirmaba- ya habían funcionado: charla con la Junta Vecinal de Villa Diamante, de allí a reunirse en el patio entonces sin techar de la Sociedad de Fomento.
Enseguida surgió la propuesta de hacer una marcha barrial para que la protesta comenzara a sacar músculo: había peronistas, radicales, comunistas, socialistas, independientes y gente que se había «desenganchado» en los años feroces de la dictadura, y que empezaba a calentar motores.
Un joven periodista Fernando Aguinaga, recién ingresado a la agencia Noticias Argentinas -la NA formadora de cronistas que plasmó un estilo perdurable- llegó un día a esas asambleas de sábado por la tarde.
Lanusense por adopción (desde muy chico había llegado de Santa Fe, directamente a Villa Obrera, corazón laburante de Lanús Este), allí se lo ve al «Flaco» Aguinaga en una foto publicada por los periódicos barriales que se animaban cada día un poco más, y que Ofelia País guarda en las carpetas que cuidan la memoria.